martes, 15 de octubre de 2013

Cartas del pasado



Hace unos días, guardando más rampoinas de la última fiesta celebrada en casa, redescubrí mi caja de cartas.

Tengo cartas del año de la María Castaña. Postales de lugares lejanos, enviadas y sin enviar. Con la letra apretujadísima para contar todo un viaje en menos de 10 cm de espacio. Tendrías que ver como algunas son imposibles de leer en un orden racional. Incluso tengo una que jamás llegué a enviar a ese concurso televisivo que nos tenía enganchados cada noche a la caja tonta.

Me reí mucho con las cartas que me enviaban mis amiguitas del cole durante el verano. Llenas de pegatinas y dibujitos en papeles de lujo. Florecitas, corazones y animalitos no podían faltar. En una de ellas, mi amiguita me preguntaba si ya había salido del hospital porque con la carta que le había enviado yo anteriormente, era tan larga que seguro que me habían tenido que amputar el brazo. Y es que tirarme el rollo con las letras escritas ya viene de lejos. 

Admirable el esfuerzo titánico de mi madre por escribir cuatro líneas en catalán, que a nuestros padres nadie les enseñó a escribirlo, y si de algo ha de estar orgullosa mi mamá es de la voluntad que ha puesto siempre en aprender su idioma materno. Mientras que a mi, eso me importaba un bledo, yo sólo quería oír mi nombre en alto cuando repartían las cartas en los campamentos. 

Encontré a faltar dos tipos de cartas en mi caja, no había ninguna de ningún admirador secreto, pero bueno eso ya era de esperar y la de la peseta. Si, ¿os acordáis? la precursora de las odiosas cadenas que están enviando hoy en día por whatsapp. Y si, como ya imagináis, yo era una de las que rompía la cadena. ¡Así me va!

Y es que eso de enviar cartas ya no se lleva, ahora se mandan mensajes instantáneos o hacen videoconferencias. Que si, que hay emoticonos monísimos y muy logrados pero no es lo mismo. Si, también estoy de acuerdo que por pereza de llamar alguien envías cuatro letras con sentido y ya tienes noticias de alguien. Pero no me negaréis que se ha perdido todo el romanticimos de la carta. De cómo se te iluminaba la cara porque alguien se había molestado en perder su tiempo y escribió unas lineas pensando en ti.

Por no haber ya no hay ni buzones y tienes que dejar la carta en la ventanilla que más te apetezca aguantando la cara de perro que te ponen todos los presentes haciendo cola, no sea que te estés colando. Pero yo no tengo la culpa si ahora las cartas ordinarias siguen un sistema tan... ¿cómo lo diría yo...? ¿Anárquico? También he de decir que esa buena gente que espera tiene toda la razón del mundo porque como tengas que enviar una carta certificada o algo que te obligue a pasar por ventanilla ya las cagao. El otro día estuve en Correos y me chupé una cola de más de media hora y eso que está todo informatizado! 

Lamentablemente, la mayor parte de las veces, en mi buzón sólo encuentro cartas publicitarias y recibos feos y desagradables. Por navidad, a penas caen ya postales con niños entrañables y una o dos veces al año, eso si,  mi gimnasio molón me envía invitaciones para mis amiguetes. 

Yo no digo que volvamos atrás y empecemos ahora a mandarnos cartas asín al tun-tún. Y sé que no es normal que me decepcione tanto una caja de metal atrotinada en mi portería pero me ha gustado la sensación de releer esas cartas y quería compartirlo con vosotros.

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