miércoles, 5 de febrero de 2014

Misterios nocturnos

De la creadora de ¿Pero esto qué es, el puto Bronx? o más bien de la modesta entradilla de una humilde bloggera Aventuras en la gran ciudad, llega el misterioso caso de la mujer que casi se muere en el rellano de mi casa.

 Si, chicos. Nuevamente a la menda le pasan cosas paranormales y algo raritas. El otro día, estaba yo durmiendo muy plácidamente cuando oí unos martillazos. Abrí un ojo y vi que eran casi las cuatro de la madrugada. Me asusté un montón, con el corazón en un puño, latiendo a 100 por hora, centré mi atención en el ruido que provenía del exterior. Me dí cuenta que era la puerta de delante de mi rellano la que parecía que querían abrir. Abrí una luz para que los ladronzuelos se dieran cuenta que estaban despertando a medio vecindario y cesaran su actividad delictiva. Ignoraron completamente mi sutil amenaza y dieron unos cuantos golpetazos más. Como la puerta de mi casa la tengo protegida con varios cerrojos estaba muy convencida que en mi casa no iban a entrar. Al menos, estando dentro yo. Así que me volví a la cama y entre el sueño y el miedo me volví a quedar medio dormida.

Poco me duró la tranquilidad ya que al cabo de pocos minutos empecé a oír unos gemidos. No daba crédito. O sea, entran unos tios a robar y la vecina se pone a follar. ¡Olé tu! Admirada, me di la vuelta y me armé de paciencia hasta que, de golpe y porrazo, la colega emite un eructo gigantesco que se le escapa de la boca al siguiente gemido. Mis orejas se convirtieron en orejotas de elefante. ¿Acababa de oír lo que acababa de oír? 

Los gemidos de esa mujer, después del eructazo, se convirtieron en toses. Toses asquerosas acompañadas de esputos. Entonces, fue cuando me di cuenta que venían del rellano. Y oí una voz de ultratumba que decía un "oigan...?"

Me cagué viva, me puse los tapones para los oídos, me tape con mi sábana superprotectora de malos rollos y rezando para que se hiciera de día cuanto antes, estuve el resto de la noche con pesadillas de cacos, intrusos, policías, locos. Todo una buena colección de malechores fueron los que pasaron por mi cama esa noche.

Al día siguiente, me temía lo peor. Creía que me encontraría a una mujer medio muerta en el rellano pero, por suerte, no fue así. Sólo encontré el suelo lleno de escupitajos de color rojo y una peste que tiraba patrás.

Aún ahora, no entiendo qué coño paso. Porqué y para qué entra  una tía de la calle, sube hasta el tercer piso, aporrea una puerta con un martillo, se masturba, eructa, tose y esputa.

¡Cada vez creo que tengo la normalidad más a Cuenca!

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